CHARLY GARCÍA “El Deseo: La Vida de la Mente” (Claudia Hagopian)

“Una forma de conciencia idealmente compleja: una forma de ser simultáneamente pasiva y activa, social y asocial, de estar presente y ausente en la propia vida, en una estrecha relación con las ideas que excluye el fanatismo. Flexible, múltiple, nunca estridente ni vulgarmente indignado, generoso pero incapaz de dejarse influir...” -R. Barthes sobre Gide como modelo de escritor- Roland Barthes comprendió que toda la realidad se presenta en forma de lenguaje profundo, visceral y temperamental e insistió con la idea de que “su propia escritura es producto del apetito”. Consciente de sí, refinado e irrevocablemente complejo, el escritor buscó evitar la confrontación y la polarización al mismo tiempo que en su obra repitió las palabras placer-dicha-felicidad, en un tiempo voluptuoso y subversivo...” Para Barthes, “escribir es fuente de Felicidad y modelo de Libertad, una práctica excesiva, juguetona, intrincada, sutil, sensual...un lenguaje que nunca puede ser el del poder...” Por eso gran parte de su obra está consagrada al repertorio del placer, recoge un modelo de felicidad y asimila la práctica intelectual a lo erótico. Barthes llamó deseo a la vida de la mente y buscó defender la pluralidad de ese deseo. Por elección o casualidad Carlos Alberto García Moreno se convirtió en Charly García: músico, compositor, cantante, un mito viviente. -Y aunque parezca increíble hasta este momento yo no entendía por qué y lo discutía con vehemencia-. El ícono prodigio de la vuelta a lo nacional en una galaxia que lo contiene y lo expulsa de manera circular, al igual que la vida. El gran observador -pero también protagonista- de una época -de varias- y el pensamiento, las ideas escritas y la voz de Sui Generis que dibujaba una calma dulce y amorosa en medio de la tormenta, la osadía y la desfachatez en tiempos de opresión militar, el desparpajo personal y descontracturado ya en tiempos democráticos como solista. Charly se adelanta en la creación, se libera en la interpretación y se adueña del Inconsciente Colectivo como ningún otro artista de la música contemporánea argentina. Porque al igual que la literatura de R. Barthes (pos 2da. guerra mundial) la música y letras de Charly de ayer son el resultado de la cautividad de las sensaciones, la expresión propia del miedo que queda latente, del deseo que se vuelve necesidad primaria y de libertad. Con creaciones como “Espejos”, pareciera entregarse a la contemplación. Tal vez como manera concreta de no poder subvertir situaciones, va moldeando su arte como si fuera un espejo honesto e implacable que construye y posee a lo largo su propio camino -Stendhal- y que pareciera devolverle la mirada frente a la realidad -Hamlet-. Instituciones, Yo no quiero volverme tan loco, No bombardeen Buenos Aires, Yendo de la cama al living -entre otras-. -El espejo no se apiada ni consuela, responde verdades dolorosas a la madrastra de Blancanieves-. Pero también los espejos como las cámaras pueden confundir, simular aludir a lo fantasmagórico o irreal y reflejar distintas “Alicias en el país de las maravillas” como el agua que refleja y ahoga a Narciso, el enamorado... Charly es Charly interpretando Confesiones de Invierno, Estación o la versión más escuchada creada y grabada por él del Himno Nacional Argentino. Primero en lo suyo y siempre diferente postula el ideal de una conciencia libre, holgada y satisfecha que no debería elegir entre el bien y el mal o lo verdadero y lo falso como moneda de cambio por tanto miedo, inquietud o locura. Porque en el tiempo de vivir no es necesario justificar y no es moral “rasguñar las piedras o levantarse entre paredes gastadas a la espera del abrazo que devuelva la posibilidad de soñar...”-Rasguña las piedras - Seminare - Cuando comenzamos a nacer. Sobreviviente de la generación aniquilada impunemente de nuestra sociedad, con una vida vertiginosa e incomprensible para muchos, Indiscutido para el público, adorado por sus pares quienes lo consideran un maestro y le rinden tributo en vida, elegido en los escenarios locales e internacionales, Charly convoca multitudes impensadas. Charly con su teclado, con su flacura y su porte desgarvado y laxo, con su actitud extravagante y siempre sorprendente, caprichoso, casi bizarro con su “SAY NO MORE” o “Los dinosaurios” responde a los discursos y emociones sin sentido de una sociedad inmadura y negligente que combina a la perfección frases en permanente puja como “no te metas” y “nunca más” desde hace varias décadas. Charly es maestro y aprendiz en búsqueda permanente hace más treinta años, es el protagonista indiscutido. Porque al mismo tiempo Charly es análisis y crítica. Con su bigote bicolor, sus manos de gato y sus uñas mal pintadas, con su hijo, con amores o solitario, con sus destrozos y sobreseimientos, al lado de Dios o lejos de Él, Charly es poesía, es música, es juego, es ira, es ternura, es sonrisa, es locura ¿qué genio no la padece? es una mente castigada, aunque siempre despierta... ...Y es respeto, libertad y deseo implacables en Aprendizaje, Canción para mi muerte, Cuando ya me empiece a quedar solo; Tribulaciones, lamento y fracaso de un tonto Rey..., El hada y el Cisne, entre muchas. Charly ayer es referencia histórica... Hoy es Vida -1er. LP 1972-.

La París de Sudamérica (Claudia Hagopian)

“Podemos reconocer la cultura de una urbe a través de las respuestas que nos da o ante aquello que nos obliga a responder a simple vista...” En América Latina y específicamente en Buenos Aires “la París de Sudamérica”, todo se confunde en un gran contraste: la abundancia y la pobreza; las historias colectivas y las urgencias individuales; los negocios con sus vidrieras y los vendedores de las calles; los edificios con servicio de hotelería cinco estrellas y las casas de barrio; los espacios verdes atestados y el cemento que arrasa con ellos; el tránsito violento de peatones y automóviles; los jóvenes y los adultos; la cantidad restaurantes, cines y teatros que desbordan de público por las noches y los incontables cartoneros; los grandes centros comerciales y los almacenes chinos. Y las voces que a través del lenguaje muchas veces maltratan; los cuerpos que provocan por igual en las fotos de las tapas de las revistas como en los encuentros ocasionales en ámbitos cotidianos; jóvenes que transitan desorientados y personas mayores que después de tantos años de caminatas por esta ciudad tan hermosa como descuidada, tan atractiva como violenta, no logran ser reconocidas. Mientras tanto la investigación se convierte en especulación, la derecha roba a la izquierda algunos de sus más preciados objetos para “lavarse la cara” y los receptores de la comunicación se convierten en emisores, y –entretanto- en una profunda ausencia de creatividad, la producción, la construcción y el descubrimiento faltan aunque la reproducción abunda. Las instituciones del aparato ideológico del Estado dentro de este sistema “de democracia controlada” moldean las conciencias; los medios masivos de comunicación empujan compulsivamente al consumismo, a la liviandad de pensamiento y a las organizaciones populares a la representación de los intereses de los oprimidos, todos atravesados por las relaciones contradictorias de los sumergidos en el capitalismo global que cae implacable sobre los procesos sociales y culturales. La producción de una cultura legítima y cosmopolita es moldeada por la “oferta hegemónica”, el consumo y las reglas de poder fijadas por el sistema que arroja como resultado una homología estructural en la que las prácticas de los sujetos y el orden social traducen la internalización de esas determinaciones sociales. Así, mediante el habitus –o lo que van a sentir como necesario-, las estructuras, los individuos y los grupos en sus prácticas garantizan su coherencia con el desarrollo social, bajo el lema “Vale Todo, Nada Importa...” Pero más allá de cualquier connivencia existen nuevos conflictos de producción -de clases- que se extienden a otras contradicciones y antagonismos sociales y se manifiestan en movimientos atípicos y extrapartidarios que generan una relación no convencional, porque entre cultura y política, valores y poder, no puede existir tanta esquizofrenia. ...Y como en toda hipótesis es preciso no claudicar. La propuesta COMUNICACIÓN/CULTURA aunque genera elementos distintos y acepta esa distinción entre ambos también anuncia la imposibilidad de ser tratadas por separado. Ese es el reto de la comunicación en América Latina y en la “París de Sudamérica”.

Carta abierta sobre la Intolerancia de Roberto Gargarella (Claudia Hagopian)

“Cada niño al nacer, nos trae el mensaje de que Dios no ha perdido aún su esperanzas en los hombres”. (Mamerto Menapace) En este libro -pequeño como claro y práctico- Roberto Gargarella plantea la reflexión crítica y una nueva manera de pensar un tema grave, complejo y de actualidad, como lo es la protesta en las calles y las reacciones del poder público, político y de la Justicia frente a ésta. En la introducción lo primero que propone el autor es descartar las malas respuestas o apreciaciones prejuiciosas que se escuchan con tanta frecuencia frente al disenso, para poder comenzar un debate sostenido y serio sobre La Protesta Social. Examinar las razones que vierten nuestros jueces ante la resolución de este tema y la similitud de éstas con las de la gente de la calle resulta esencial ya que son los magistrados como escalón más alto en materia de discusión política quienes determinan los límites posibles de las acciones de los ciudadanos en una sociedad, dentro del marco jurídico y constitucional. Para Roberto Gargarella es materia de estudio el modo con que los jueces reaccionan frente a los críticos del poder, a la protesta. Los términos “comunidad”, “democracia” y “derechos” aparecen en los discursos de los jueces sobre los que fundamentan las resoluciones sobre el tema central de este trabajo. Sin embargo, muchas veces son utilizados como objeto de argumentación final, dogmática y débil, definitoria de sanciones o absoluciones, en lugar de ser observados como puntos de partida para la reflexión y el análisis previos a dichos dictámenes, lo que resulta preocupante teniendo en cuenta lo expresado anteriormente. ¿Dónde terminan los derechos de cada uno? De acuerdo con la doctrina argentina “Los derechos y libertades no son absolutos”. Dice Gregorio Badeni: “la libertad de expresión es una libertad legítima, propia de las repúblicas, pero no es una libertad absoluta. El derecho de peticionar, como toda libertad, no es absoluto pues su ejercicio debe adecuarse a las leyes reglamentarias.” En múltiples fallos uno puede leer como argumento que “todos los derechos tienen un límite”, pero...¿cuál es ese límite?, ¿la palabra de uno? ¿la de la mayoría? ¿las preferencias particulares del juez? ¿la palabra del presidente? ¿y cuándo aparece? ¿qué hacemos frente a ese límite? Así nos encontramos con lo que simplemente constituye una frase inicial, de lo que debería ser un razonamiento. Se presume que si la idea de derechos tiene sentido, es porque los derechos son capaces de vencer cualquier reclamo hecho en nombre del bien común o el interés general. La idea de derechos nace para oponerse a reclamos hechos en base a nociones tan vagas. El presidente de la Corte Eduardo Petracchi, en contra del fallo del juez Boggiano sobre los derechos de la comunidad homosexual argentina en cuanto a su reconocimiento de la personalidad jurídica, dijo: “no es que los derechos encuentran su límite en la idea del bien común, sino que cualquier reclamo hecho en nombre del bien común encuentra su límite en la idea de los derechos.” “La idea de bien común en la Argentina funciona habitualmente como caballo de Troya para canalizar impulsos autoritarios, para cercenar derechos individuales a la luz de las convicciones morales o personales de los agentes de gobierno de turno...” Los derechos son los que están en el centro y los que fijan los límites que deben encontrar los reclamos por el bien común o las demandas generales. Según Gargarella, una nueva línea argumentativa se relaciona con la aspiración de limitar los derechos en nombre de la eficiencia económica, una estrategia muy usada en este país desde los años noventa. La Constitución Argentina no es muda respecto de las cuestiones organizativas en las que se basa económicamente la vida en común de los ciudadanos y aún ante la eficiencia económica, la Constitución protege ciertos derechos básicos de manera incondicional por lo que no es compatible con cualquier opción económica. No se puede hacer cualquier cosa y mucho menos remover derechos primarios ni siquiera en nombre de dicha eficiencia. Existen casos en los que decenas de derechos están en juego y algunos deben ser recortados en función de otros. En el choque de derechos la Justicia debe elegir proteger de manera especial los derechos más vinculados al núcleo democrático de la Constitución. La libertad de expresión y sus subderechos -la voz que presenta una crítica contra quienes tienen el poder- es la que más protección necesita. En un sistema institucional como el que rige en la Argentina es necesario priorizar y garantizar el derecho de objetar las acciones del gobierno: exigirle un cambio de rumbo, tomar nuevas medidas o mostrar sus flancos débiles. Sin embargo, la actitud de la mayoría de los jueces es exactamente opuesta a la protección de este derecho. Para Brennan, juez de la Corte Norteamericana, los métodos convencionales de petición suelen ser inaccesibles para grupos muy amplios de ciudadanos. La necesidad de prestar atención a las capacidades y posibilidades expresivas de quienes reclaman es fundamental para establecer las razones de una mayor protección, sobre todo en países como Argentina, en donde la palabra está distribuida de acuerdo con el dinero que cada uno tiene. Existe una fuerte correlación entre expresión, dinero y el modo desigual de su distribución. El acceso a los medios depende de lo que uno está dispuesto a pagar por acceder a éstos, por lo que resulta inequitativo. Quienes acceden a los medios masivos no son quienes más necesidades o urgencias tienen para hacerse escuchar o mostrarse ante las autoridades o ante el público, sino quienes -por buenas o malas razones- son más interesantes para los medios o comparten intereses comunes con éstos. En definitiva, lo que se reclama no tiene que ver solamente con un pedido de acceso igualitario a los medios de comunicación por parte de los grupos desaventajados, sino que éstos puedan tornar visibles sus reclamos y asegurarles que sus necesidades básicas sean satisfechas. Las situaciones de protesta tendrían que ser evaluadas por el juez para equilibrar las voces de grupos sistemáticamente silenciadas con las que están sobrerepresentadas en la esfera política. La protesta social: Crimen y Castigo Néstor Sagués -autoridad del derecho político- sostiene que “a esas manifestaciones hay que verlas con ojos más críticos porque incluyen reclamos que no son asépticos”. Esta idea de criminalizar la protesta apareció en uno de los fallos más importantes de la Argentina, el fallo Alais -de la Cámara Nacional de Casación Penal- donde la Cámara sostuvo que la gente involucrada no era gente inocente porque detrás había un partido político e intereses particulares. La idea de que se pueda desplazar o descalificar una demanda por estar representada por un individuo o un grupo movido por intereses particulares resulta muy problemática. La doctrina del foro público -comunidad jurídica internacional- expresa que las manifestaciones hechas en plazas, calles y territorios tradicionalmente utilizados para la protesta, merecen una protección especial. Sus limitaciones formales -que no modifican la sustancia de la expresión del caso- tienen que ver con el tiempo, el lugar y el modo, orientadas a tornar compatibles tales expresiones de derechos con las demás personas. No se puede ignorar que este tipo de manifestaciones suelen tener elementos coercitivos y de violencia como tampoco que estos hechos son independientes de las manifestaciones. En este contexto es frecuente que las buenas razones sirvan para enmascarar y canalizar las peores intenciones. El Estado tiene cantidad de opciones a su alcance para mediar, conciliar, reparar o acercar las partes de un conflicto. Cientos de caminos antes de llegar a la sanción penal carcelaria, que es en principio la más brutal y grave de las respuestas que tiene a mano. El Estado no puede ni debe responder golpe con golpe. Hay desmanes que merecen ser reprochados (como el de la legislatura porteña) pero ante éstos la única opción no es la respuesta penal, privativa de la libertad. El autor en esta obra plantea como nodo que actualmente en nuestro país el derecho penal está mal pensado, desprovisto de toda preocupación por la creación de comunidad. Esta falta, se debe entre otras razones por aplicar al derecho penal presupuestos propios del pensamiento económico neoclásico. Los cálculos están basados en el costo-beneficio y en el olvido de toda reflexión acerca de los modos de crear comunidad. El combustible social principal es el egoísmo y la voracidad de cada uno para una maquinaria que se alimenta de las motivaciones humanas que fraccionan, violentan y se enfrentan entre intereses irreductibles. Ahora bien: si el Estado quiere cambiar conductas, lo que tiene que hacer es empezar a tratar a los ciudadanos de otro modo. Si no es capaz de reconocer a los otros como sujetos que forman parte de la misma comunidad, como sujetos que merecen una mano y no un golpe, entonces el Estado está alentando la forma de respuesta que nos dice que quiere rechazar. La “forja” del carácter y la “educación moral” de los ciudadanos no aparecen en la actualidad. El Estado debería reafirmar la educación en la virtud y comprometerse en la transmisión de valores cívicos y el desarrollo de lazos fundamentales. Las personas deberían sentirse inhibidas de llevar adelante situaciones delictivas y en cambio, más proclives a dejarse promover por sentimientos de reciprocidad a través de un esquema institucional y un orden penal que fomenten a la integración social. Nada resulta peor para la integración social que un derecho percibido como parte de sólo un sector de la sociedad. Nada peor que contar con un derecho que los individuos no pueden reconocer como propio. El Art. 22 de la Constitución Argentina sostiene que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste comete delito de sedición.” La actitud hostil de los jueces ante los manifestantes es el modo exactamente contrario al que su función y el texto constitucional les exigen. En la jurisprudencia argentina en materia de cortes de ruta, fallos como el del caso Schifrin –uno de los más importantes en la historia de la criminalización de la protesta- se sostienen a partir de una noción inaceptable de la democracia, incompatible con el nuevo texto de la Constitución, irrespetuosa con el viejo, contradictoria con los dichos de nuestros tribunales e inaceptable desde cualquier teoría sobre justicia y democracia. En esta vergonzosa democracia sostenida por algunos jueces, mientras los manifestantes intentan universalizar sus intereses y muestran que piden por algo que interesa a la mayoría, la Cámara pide castigo por desmesura contra quienes sin tener nada –y con todo el riesgo- se movilizan desde una posición de vulnerabilidad absoluta política y social, para reclamar derechos que la Constitución les garantiza y por los que el gobierno debiera ser responsable de su aseguro. Para el autor, aceptar los agravios sistemáticos a derechos fundamentales es fomentar una idea represiva de democracia, sobre todo cuando la Constitución argentina es absolutamente generosa en cuanto a los temas de derechos sociales –operativos y programáticos- en su contenido. La actitud del Estado Nacional –por ejemplo con el otorgamiento de los planes sociales y subsidios- confunde sistemáticamente derechos con privilegios de manera indebida y con esto fomenta la protesta. Los reclamos sociales están ligados a los primeros. Para evitar el estallido de grupos de forma permanente, la respuesta debiera estar basada en soluciones universales y no en las discrecionales y discriminatorias, porque éstas son la que invitan, cultivan y generan protestas atomizadas. Conclusión Final Roberto Gargarella en “carta abierta a la intolerancia” entabla un diálogo con quienes exigen por parte del Derecho, una respuesta más severa hacia quienes protestan, denuncia el maltrato social y plantea una reflexión crítica, una actitud de responsabilidad política frente a la conflictividad que se manifiesta en lo cotidiano y que deja en extrema vulnerabilidad temas de fondo que nos conciernen a todos los ciudadanos por el accionar del Poder Judicial basado en el reproche penal y en la negligencia de los poderes Ejecutivo y Legislativo. Muchos de los dichos políticos-jurídicos se podrían explicar a partir de la distancia social que existe entre ellos y los acusados, lo que fomenta las dificultades para reconocer, pensar y sopesar debidamente los reclamos de los grupos más desventajados de la sociedad; y mientras la composición social de los tres poderes no cambie, va a ser difícil esperar cambios significativos en la aproximación que hagan los magistrados y políticos ante los temas sociales más conflictivos. En lo personal, descubro en este escritor además de una formación y trayectoria académico-jurídica importante y equitativa- la solidez de espíritu y pensamiento de un hombre que refleja una esperanza de vivir, de pensar y de sentir diferente, esa que -a pesar de todo sostengo- nos merecemos como argentinos. La idea de dignidad humana y respeto en una sociedad no termina en la invocación de éstas, sino que allí comienza. Roberto Gargarella es abogado y sociólogo. Es Doctor en Derecho por las Universidades de Buenos Aires y de Chicago. Ha sido profesor visitante en varias universidades europeas. Ha publicado, entre otros libros, The Scepter of the Reason, La Justicia frente al Gobierno y Los Fundamentos legales de la desigualdad, publicado por Siglo XXI de España Editores. Fue coeditor de Nuevas Ideas republicanas y Razones para el Socialismo. En 2000 y 2002, obtuvo becas Guggenheim.